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domingo, 15 de enero de 2012

LOS PIPILTZIN




En la zona geográfica que corresponde a la mitad sur del México actual, se desarrolló una gran actividad cultural desde unos 2000 años a. C. En esta región habitaron diversos pueblos, algunos de los cuales nos han dejado muestra de su floreciente cultura, como es el caso de los restos arqueológicos de la ciudad de Teotihuacan, ya deshabitada cuando llegaron los españoles. En la meseta central mexicana desde finales del siglo VII hasta mediados del siglo XII, se desarrolló la cultura tolteca que llegó a fusionarse con la maya en su expansión hasta el Yucatán. En este marco geográfico, más concretamente en las orillas e islas del lago Texcoco, se desarrolló la civilización azteca, una de las civilizaciones mejor conocida de la América precolombina y la unidad política más importante de toda Mesoamérica cuando llegaron los españoles. Los aztecas son herederos de la tradición cultural de los toltecas, que sirven de nexo entre la cultura azteca y la maya.

Los aztecas, que se hacían llamar a sí mismos «mexicas», llegaron del norte y se asentaron en la cuenca del Texcoco a mediados del siglo XII, fundando su capital, Tenochtitlán, en 1325. La palabra «azteca» tiene su origen en una legendaria tierra del norte llamada «Aztlán». Según cuenta la leyenda, los aztecas abandonaron esta mítica Aztlán, por orden de los dioses y debían instalarse allí donde encontrasen un águila devorando a una serpiente.

El azteca fue un pueblo que, mediante alianzas militares con otros grupos y poblaciones conoció una rápida expansión y dominó el área central y sur del actual México entre los siglos XIV y XVI, si bien es cierto que en un primer momento tras su llegada, tuvo que enfrentarse a otros pueblos ya asentados en la zona. Tras la muerte de Moctezuma II en el 1520, se puso de manifiesto la debilidad de este gran imperio, derivada de aquella rápida expansión: no podían controlar aquel vasto territorio; las divisiones internas entre provincias y las tensiones y ambiciones independentistas de algunos pueblos, facilitó a los españoles, dirigidos por Hernán Cortés, la conquista de este gran imperio, que culminó en 1521.


Los aztecas se asentaron sobre un rico espacio lacustre que les ofrecía grandes pasibilidades para el desarrollo de la agricultura, la pesca y el comercio. La economía azteca fue principalmente agrícola (cultivo de maíz y frijoles), destacando la técnica conocida como «chinampas», dentro de la cual se diferenciaba la de tierra firme de la de pantano. Con esta técnica, se explotaba el suelo cenagoso permanentemente fértil y húmedo y se obtenía una productividad muy elevada. Esta agricultura intensiva se combinaba con la ganadería, la caza y la pesca en el lago, y un importante comercio, a corta y a larga distancia. Con respecto al sistema de tenencia y explotación de la tierra, el pueblo azteca desarrolló una estructura compleja en la cual se podía distinguir la tierra asignada a los llamados «calpulli» (las unidades básicas de organización de la sociedad azteca), que a su vez realizaban el reparto entre las familias de no privilegiados; por otro lado, las tierras de los elementos privilegiados de la sociedad, trabajadas por braceros y esclavos. Otro grupo lo integraban las tierras destinadas a fines públicos: mantenimiento de la administración, del templo, del gobernante y del ejército. Un concepto muy interesante, tanto desde el punto de vista económico, como desde el punto de vista político, fue el «tributo», pagado a los aztecas por los pueblos sometidos a su dominio. Al no conocer la moneda, este tributo era pagado, por así decirlo, en especie y servía para abastecer a la capital azteca de productos básicos, materias primas y manofacturas. Por otro lado, este tributo formaba parte de la redistribución de bienes, ya que parte de dicho tributo era destinado al mantenimiento de la administración, otra parte revertía en los elementos privilegiados de la sociedad y cierta cantidad se reservaba para su almacenamiento.

La estructura de la sociedad mexica está caracterizada por su complejidad, recordando, hasta cierto punto, a la estructura feudal que en aquellos momentos se conocía en el Viejo Mundo. Para empezar, la primera separación hacia referencia a la condición de privilegiados, o «pipiltzin»Q, (no tenían que pagar tributo y acapararon tierras y cargos) y no privilegiados, o «macehualtín» (tenían que pagar tributos). Dentro de l primer grupo, se podían diferenciar varios subgrupos y a la cabeza de ellos se encontraba el supremo gobernante azteca: «Huey Tlatoani», cuya residencia estaba en Tenochtitlán. Al servicio de este gobernante se hallaba una élite de pipiltzin directamente vinculada con él. Al mando de las ciudades se encontraban los llamados «tlatoani». Finalmente estaban los pipiltzin de menor categoría. Los «macehualtín» eran organizados en calpulli. Pero no todos los no privilegiados quedaron ordenados en estas unidades, por ejemplo los comerciantes de larga distancia, llamados «pochteca» que, sin ser privilegiados, contaron con estatutos particulares, cultos propios y espacios diferenciados de residencia o los «mayeque» o braceros. El escalón más inferior en la sociedad azteca lo ocupaban los esclavos.

También la estructura política ofrece una complejidad propia de una administración evolucionada, en la que, sin embargo, perviven elementos de la antigua sociedad nómada (calpulli con el calpullec al mando). Al frente del gobierno estaba el emperador azteca, el «Huey Tlatoani», el último de los cuales fue Moctezuma. También sabemos de la existencia de consejos, como el llamado «Consejo de los Cuatro», formado por destacados pipiltzin encargados de elegir al sucesor, y otra serie de consejos especializados. La unidad política del área del lago Texcoco se consolidó tras la alianza de los tres grandes reinos: Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán que dominaban amplias zonas y de los que dependían otros núcleos menores.

La complejidad y la riqueza en la estructura política, social y económica de la civilización azteca, fue acompañada de un espléndido desarrollo cultural. En concreto, la concepción mesiánica que tenían los aztecas de sí mismos y su concepción cíclica del tiempo, marcaron la vida cultural y religiosa de este pueblo, así como su vida diaria y su concepción cosmogónica.