EDGARDO R. MINNITI
DENOMINACIÓN DE LA REGIÓN EN EL SIGLO XVII
En mérito a la
necesidad de tomar conciencia cabal de la realidad vigente en estas regiones
durante la colonia, en lo que a la ciencia astronómica refiere, tenemos que
brindar un sucinto panorama del acontecer conexo. Hablar solo de astronomía,
importaría escorzar el panorama, desvirtuando el sustrato único y necesario,
que caracterizó a la ciencia colonial. Por ello, optamos por abrir el espectro
y dibujar esta vez esquemáticamente, una realidad apasionante y hoy casi
desconocida.
En favor de lo
aseverado en el manifiesto dado el 25 de octubre de 1817 en el Congreso de
Tucumán por los delegados de las provincias asistentes, respecto de la incuria
en industrias y adelantos y otros aspectos negativos que para el desarrollo de
la colonia tenía la dominación española, los autores estiman que entre 1600 y
1810, si se hizo ciencia, se llevó a cabo como expresión individual no
propiciada por los estamentos oficiales de poder, aunque sí tolerada y
estimulada en forma particular por la organización de los jesuitas, que
facilitaron su práctica, la promovieron y difundieron instrumentalmente en su
peculiar búsqueda de poder; en concordancia con el espíritu realista y de
progreso que los animaba, mientras no vulnerara su credo. Ello determinó la
posterior expulsión de la
Compañía de estas tierras en 1767; de Portugal en 1759 y su
disolución en Francia en 1764. (España fue la última en reaccionar ante las
directivas papales en tal sentido). No comprende el análisis esquemático
aquellas actividades técnicas, con fines eminentemente prácticos, como la
medicina, farmacia, metalurgia, etc.; muy limitadas a reglas o recetas
aplicadas mecánicamente, por cierto prácticas vigentes desde la edad media
hasta la irrupción incontenible del enciclopedismo (Por ejemplo contrario,
citamos a Felipe III contando con Andrés García de Céspedes, como “Cosmógrafo
Mayor” a comienzos del Siglo XVII).
Debemos destacar
como caso concreto del ánimo imperante en las autoridades coloniales, el
intento efectuado por Francia en 1769, para la instalación en Santiago de Chile
de un emplazamiento transitorio de observación astronómica. La iniciativa fue
desestimada por las autoridades españolas. Rechazaron el arribo al lugar del
astrónomo Cape d’Auterroche, que venía a observar el paso de Venus de ese año;
haciendo así gala de una tradicional cortedad de miras, que con el tiempo hubo
de pagarse caro en América Latina, por el retraso intelectual, científico y
económico consecuente[1]. Edmund Halley había propuesto en aquel entonces la
utilización de tales observaciones para determinar la distancia Tierra –
Sol[2].
Uno de los primeros mapas de la Región – Sebastián Gaboto –
1544 - (de M. M. Cervera)
Esta
circunstancia no invalida el número ni la importancia de las contribuciones
efectuadas por las más diversas personas, en su mayoría jesuitas, a las
ciencias de la tierra, tanto como las del cielo. En tal sentido se destaca como
una supernova, el caso de Buenaventura Suárez, cuyos trabajos astronómicos han
sido objeto de estudios con mucha autoridad y trascendencia por parte de
distintos eruditos nacionales y extranjeros.
De las personas
cuyas obras se distinguieron en la investigación del hombre y su medio ambiente
y han llegado a convertirse en clásicas, vienen a nuestra memoria,
Dobrizhoffer, Jolis y Paucke, en Paraquaria. Autores que han llegado a nuestras
manos y nos han sorprendido, con su Historia de los Avipones, editada en dos
tomos en 1968 por la Facultad
de Humanidades de la
Universidad Nacional del Nordeste, en una traducción de la
profesora Clara Bedoya de Guillén, cuyo título identifica su contenido, el
primero; Ensayo sobre la
Historia Natural del Gran Chaco, una descripción del paisaje,
la flora, la fauna y las naciones indígenas que habitaban el occidente del
Chaco salteño editado por el Instituto de Historia de la Facultad de Humanidades
perteneciente a la
Universidad del Nordeste, en 1972, traducido por María Luisa
Acuña, el segundo y Florian Paucke con
su talentoso trabajo Hacia Allá y Para Acá, editado por el Departamento de
Investigaciones Culturales de la Universidad Nacional
de Tucumán, en colaboración con la Institución Cultural
Argentino-Germana de Buenos Aires, en tres tomos aparecidos sucesivamente en
1942, l943 y 1944, en traducción de Edmundo Wernicke, en el que historia todo
su proceso formativo y su estada entre los mocovíes de San Javier y zona de
influencia, el último. En el bicentenario de esta población.
San Javier-Detalle de la reducción – (F. Paucke)
Se impone una
aclaración, escribimos mocovíes y no mocobíes como lo hace el autor, utilizando
la nomenclatura existente en los documentos del Cabildo de Santa Fe, anteriores
a la época de tránsito de Paucke por la
región, ya que el mismo, con mentalidad y –por supuesto oído – teutónica,
escuchaba “mocoví” y escribía mocobí, para no denotar “mocofí” como corresponde
a su lengua el sonido de la “v”; hecho que ha llevado a confusión a muchos
autores en discusiones bizantinas, que toman a Paucke, como a la propia Biblia,
en lo que a esos indígenas refiere, lo que nos alerta sobre los riesgos de
juzgar el acto histórico con visión y mentalidad contemporánea[3].
Como así que el
conocimiento – y en consecuencia las fronteras de la ciencia – estaban mucho
más cercanos y sus límites extra filosóficos eran prácticamente con
exclusividad terrenales; aún cuando los interrogantes en algunos casos tuvieren
la generalidad y nivel de abstracción actuales; los andamiajes instrumentales eran
muy limitados. Podemos decir sin margen de error, que el curioso científico de
entonces se ensuciaba con tierra los pies y las manos.
También es
obligatorio confesar que al momento de la expulsión de los jesuitas de América,
se les prohibió llevar consigo cualquier nota o manuscrito, por lo que las
obras consecuentes son producto exclusivo de sus recuerdos[4]. Recreaciones
posteriores sujetas a los procesos de cristalización y cambios propios de la
memoria humana. Alguien dijo que la falla en los documentos, no está en lo
aseverado, sino en lo omitido.
Ocurre que estas
obras trajeron luz a la mucha ignorancia existente sobre la sociedad de
entonces, carente en estas latitudes – excepto ellos – de cronistas
pertenecientes a sus filas, que permitieran documentar bajo su óptica, los
aconteceres trascendentes para esas comunidades peculiares, que hoy calificamos
de “primitivas”, en un franco desconocimiento de que la realidad
fundamentalmente “es”, con independencia de los juicios de valor. Sin
desconocer la importancia “documental” de las obras concretas realizadas por
los indígenas bajo la conducción jesuítica; por ejemplo, el mapa elaborado por
un nativo, que comenta Furlong en la obra citada reiteradamente, entre otros
conservados en colecciones argentinas, donde guaraníes consignan estancias,
pueblos, instalaciones rurales diversas. Aunque debe reconocérseles un
esquematismo no solo primitivo, sino hasta ingenuo.[5]
Avipones – Furlong
La infatigable
labor y las incansables piernas jesuíticas fueron abriendo las puertas de esta
tierra y del cielo al conocimiento común colonial.
A mediados del
siglo XVIII los únicos mapas con que contaban los demarcadores españoles, eran
los construidos por los jesuitas con mucho sacrificio y tesón.
Los otros
publicados fuera de España durante el siglo XVII y mitad del XVIII, fueron
refundiciones de los producidos por los jesuitas en estas tierras. “Cuantos
mapas holandeses, franceses, alemanes e italianos hemos visto hasta el
presente, todos ellos no constituyen sino simples calcos y no siempre felices,
de las cartas compuestas sobre el terreno por los abnegados misioneros” [6].
Mapa regional del Siglo XVIII
Este hecho
concreto dio lugar a una justificada queja del autor de las Anuas de 1596
(Litterae Annuae) impresa en Roma en 1605[7]:
“Podemos también
nosotros errar, pero erramos menos que aquellos geógrafos europeos que nunca
han venido a América, puesto que nosotros, a lo menos, describimos estas
tierras que hemos recorrido y estudiado en nuestros quotidianos viajes”.
Palabras
expresadas como consecuencia de la labor del jesuita Romero, el primer
cartógrafo en la región.
Los cartógrafos
franceses de gran prestigio d´Isle, D´Anville y Bellin, de renombre en
cartografía argentina y paraguaya, curiosamente nunca pisaron el Río de la Plata o Paraquaria, término
éste que adoptaron como propio en sus trabajos.[8] Peramás en 1791 reconoce que
estos geógrafos “habían seguido e imitado a los jesuitas no solamente poniendo
la información que ellos habían puesto, pero hasta el vocablo o término
“Provincia Paraquaria” por ellos empleado” [9].
Astronómicamente
hablando, en todo el siglo XVII y hasta mediados del siglo XVIII, solamente
encontramos a Buenaventura Suárez, ese
inefable descendiente directo de ilustre don Juan de Garay.
Juan
de Garay – Siglo XVI
Efectuaba en
estas latitudes observaciones astronómicas de precisión, no solo con destacados
objetivos geográficos, como eran la determinación de latitud y longitud, sino
también para estudio de fenómenos astronómicos puros. Observaciones muy
ponderadas, preferidas en Suecia en su tiempo por la exactitud, a las
efectuadas en París, Londres, San Petersburgo o Pekín. No exageramos si decimos
que fue el “Galileo colonial”.
Primitivo instrumental astronómico
Tales trabajos
eran efectuados con instrumental construido por el propio Suárez, utilizando
cristales de cuarzo nativo para el tallado de las lentes de sus telescopios.
Este santafesino
de origen y alumno de la
Universidad de Córdoba, se ha convertido merced a la trascendencia
de su trabajo, en el paradigma del aporte jesuítico paraquario a la ciencia.
Nadie puede olvidar su Lunario de un siglo (1740-1841), por ejemplo. Su
acontecer es hoy recordado por muchos historiadores de la ciencia locales. No
fue el único, por supuesto[10]. Se conservan muy pocos ejemplares de su
“Lunario de Cien Años” , uno se halla en la Biblioteca de la Facultad de Ciencias
Astronómicas y Geofísicas de la
U. N. de La
Plata, uno en la Biblioteca Jesuítica
de Córdoba y otro en la
Biblioteca Nacional en Buenos Aires.
Horacio Luis
Tignanelli, en su trabajo “El Primer Lunario Criollo” destaca:
“Suárez realizó
observaciones y registros de salidas y puestas del Sol y la Luna; mediodías solares,
culminaciones de planetas y de la
Luna; fases lunares; eclipses de Sol; eclipses de Luna;
movimientos aparentes de los planetas; inmersiones y emersiones de los
satélites de Júpiter; posiciones y movimientos aparentes de las estrellas, y
efectos climáticos”.
Imagen típica de la vida en las reducciones – Paucke
Siguiendo sus
pasos, en 1740 se dedicó también a la observación astronómica con miras a
precisar las posiciones geográficas, el jesuita Carlos Rechberg[11].
Lamentablemente sus trabajos se han extraviado, por lo que no pueden evaluarse
adecuadamente, excepto por referencias indirectas. Ello inhibe de mayores
comentarios.
Nave española-Dibujo de época
No podemos dejar
de citar al jesuita belga Chomé, arribado al país en 1728, que recorrió el
litoral marítimo Sur, realizando importantes y comentadas observaciones
astronómicas con instrumental adecuado para la época: dos telescopios, uno de 8
y otro de 16 pies
(se brindaba la distancia focal, no la apertura instrumental, que constituye
hoy el factor relevante para determinar la magnitud límite de los aparatos; lo
otro determina solo escala de imagen); dos relojes de faltriquera, un ”libro de
las estrellas australes”, que debió tratarse por la época, de las posiciones
estelares de la
Uranometría de Johan Bayer publicada en París en 1603 o de
las observaciones realizadas por Halley en su viaje a la isla Santa Elena en
1676.
O el destacado
trabajo del matemático de la
Compañía Joseph Quiroga “Tratado de el Arte Verdadero de
Navegar por Círculo Paralelo a la Equinoccial” publicado en Bolonia en 1784, después
de la expulsión; jesuita famoso por su Mapa de las Misiones de la Compañía de Jesús[12].
Portada de la Uranometría de Joseph Bayer – 1603 (Uranometría
Argentina 2001)
Schmid a su vez,
se sirvió en sus actividades observacionales de un anteojo de 7 a 8 pies de largo, un
telescopio inglés, un astrolabio, brújulas, efemérides, etc.[13].
La importancia
de la labor desarrollada, una de cuyas consecuencias concretas lo fue la
abundante cartografía citada, que requería de la astronomía de posición para una
adecuada ubicación geográfica. Da fe la confianza que merecían esas
observaciones, el encargo de las autoridades inglesas al viajero Woodbine
Parish de hacerse de la mayor cantidad posible de mapas producidos por los
topógrafos jesuitas[14].
Gran parte del
producto de tanto esfuerzo desplegado por más de dos siglos por la compañía,
permanece aún perdido en colecciones particulares o en las anfractuosidades de
los viejos archivos oficiales, militares o civiles, inexpugnables en la era
digital.
Alejandro
Malaspina, el navegante italiano al servicio de la corona española[15], retiró
con destino desconocido actualmente, los mapas jesuitas originales de estas
tierras, que poseían las Juntas de Temporalidades.[16] Como así, en la Biblioteca Nacional
de Santiago de Chile, existirían varios documentos de tal naturaleza de
Paraquaria, Perú y Bolivia. El autor no pudo ubicar los mismos en dos recientes
visitas a la entidad, probablemente por falta de las referencias adecuadas;
pero estiman poder hacerlo en un futuro próximo, ajustados los antecedentes.
Alejandro Malaspina
Valga la
oportunidad para recordar que esas cúspides individuales de una época
particularmente difícil por la orfandad de medios, se dieron también en los
laicos. Así, el ex gobernador de Córdoba, Juan Gutiérrez de la Concha, conjuntamente con
Vernacci y Alcalá Galiano, efectuaron en noviembre de 1781, con un telescopio
emplazado en Montevideo, observaciones del planeta Mercurio, que Leverrier
aplaudió e hizo suyas, utilizándolas para el descubrimiento de Neptuno. No
fueron poca cosa en astronomía.
De esas
dimensiones – o mayores según algunos – los trabajos del jesuita y médico
inglés Tomás Falkner, residente de la universidad cordobesa entre 1732 y 1740,
discípulo y admirador de Newton. Responsable a la vez de cierta transformación
en la línea de pensamiento de dicha casa de estudios en el período, al que se
debe el egreso de varios destacados discípulos que se beneficiaron con los
nuevos aires experimentalistas aportados por Falkner.
Universidad e iglesia jesuítica en Córdoba (Hoy
llamada “Manzana de las luces”)
Transformación
afianzada por el polígrafo y filósofo también jesuita, Domingo Muriel en 1750, con sus reformas a los programas de
estudio de filosofía. Cambios recién sancionados doce años después por la Compañía, en oportunidad
de la 16ª. Congregación Provincial “para aumentar el esplendor del Colegio y de
la Universidad
de Córdoba”, aduciendo entre otras razones más válidas y trascendentes:
“porque esta
asignatura tiene particular importancia en estas Provincias de Indias y en esta
del Paraguay, ya que los misioneros que no saben matemática están en peligro de
perderse en estas regiones inconmensurables y de desconocidos ríos; lo cual es
tanto así que algunas expediciones evangélicas se han frustrado por esta
razón”.
Declaración que
en sí misma comprende una importante extensión de conceptos no explicitados, de
abordaje a la ciencia de los cielos, ya que no es la matemática por sí,
herramienta suficiente para la geodesia, si no viene acompañada de una precisa
lectura de los fenómenos celestes. Resulta así indudable que a la madre
astronomía se la incluía dentro de esta disciplina, en una época
particularmente sensible al temor emergente de quienes trataban con
racionalidad las cuestiones de los cielos, por la persecución de que eran
objeto si se dudaba de la verdad establecida oficialmente.
Hay una
perspectiva particular que no debemos perder. Se trata de la estructura militar
de la orden. Le daba firmeza y capacidad operativa que no tenían ni las propias
organizaciones militares de la colonia, que habitualmente acusaban degradación
a poco de alejarse de los centros de poder. La espada constituye uno de sus
símbolos principales[17].
Distintas formas de cruzar un cauce en la zona (F.
Paucke)
La observación
común y sistemática de los fenómenos astronómicos, les era necesaria, aunque
fuere al solo efecto del posicionamiento geográfico.[18]
Influyó mucho en
este proceso histórico trascendente, el nivel de relación con las autoridades
civiles y militares, el poder real sustentado por cada una de las partes, sea
económico, político o social. El único parámetro concreto que los autores han
hallado para efectuar una ponderación directa de esto, lo constituye la
comparación –por ejemplo- con las realizaciones en San Xavier del Bac y zona de
influencia, en pleno desierto de Sonora, en Arizona, a 15 km al sur de la ciudad de
Tucson, donde hemos podido apreciar una marcada afinidad en la extensión
intelectual y nivel arquitectural practicada contemporáneamente con Paraquaria,
lejos del control de los centros del poder colonial directo español, del cual
ya eran manifiestos adversarios. Viene a
la memoria “Noticia de la
California y de su Conquista Temporal y Espiritual”, del
jesuita Miguel Venegas, texto utilizado por Miguel Angel Amunátegui en su
“Cuestiones de Límites entre Chile y la República Argentina”.[19]
Jesuítica San Xavier del Bac – Tucson – Arizona –E.U.
Es necesario
conocer aunque mal no sea genéricamente, un detalle del nivel de actividad y
amplitud del poderío jesuítico, real y efectivo; a saber: El total de jesuitas
desterrados en 1776 fue de 2260 en América toda y 1843 en Europa, quedando
inamovibles por viejos 318; murieron 99 por causa de la expulsión (natural o
violentamente). En Paraquaria contaban con 17 casas, incluidas las de Córdoba y
Santa Fe, con colegio o colegios residencia. 500 jesuitas se hallaban en la Gobernación del Plata,
repartidos en 12 colegios, con una casa de residencia, más 50 estancias y
obrajes que constituían otros tantos colegios y lugares, con esclavos y
sirvientes; 33 pueblos de indios guaraníes con más de 100.000 almas; 12 de
abipones, mocovíes y lules y otras misiones del Chaco.[20]
Cuando se
ocuparon los bienes de los jesuitas, en Santa Fe con fecha 28 de Noviembre de
1768 se efectuó un inventario, en uno de cuyos rubros se destaca, entre todos
los bienes materiales muebles e inmuebles; además de los esclavos:
- “Libros, de 3 a 4000 tomos, casi todos
ellos tratando de teología, religión y filosofía” [21].
Colegio Inmaculada Concepción de los jesuitas en Santa
Fe
Si bien los
trabajos realizados por los jesuitas lo fueron con empeño y contando con los
mejores instrumentos posibles de obtener o elaborar para esa labor de campo,
los resultados fueron relativos a largo plazo, por la precariedad de la
información básica necesaria para utilizar adecuadamente los mismos.
Así, las
determinaciones geográficas, de mucha importancia para entonces y tal vez las
únicas en muchos momentos, adolecían de graves errores emergentes de la
incapacidad para determinar con cierta precisión las posiciones estelares en la
culminación, o pasaje por el meridiano con mayor propiedad, por falta de las
referencias necesarias, imprescindibles para la fijación de la hora con
relativa exactitud; o p, la falta de catálogos estelares australes exactos, que
los llevaban a cometer errores groseros, fundamentalmente en establecer tiempos
precisos para fijar la longitud, ya que la latitud era fácil de obtenerse con
solo determinar la altura del polo celeste sobre el horizonte sur. Situación
general imperante, que afectó todo el hemisferio austral hasta el advenimiento
de la
Uranometría Argentina y el Catálogo General Argentino del
Observatorio Nacional Argentino de Córdoba, habilitado en 1871[22].
Para tener una
idea cabal de la situación de época, vienen a cuento las palabras del geógrafo
jesuita Jesús Pedro Murillo Velarde, que en 1752 expresaba:
“El Padre
Ricciolo con repetidas observaciones (astronómicas) en 12 años, midiendo la
cantidad de tierra que había en la diferencia de un grado de norte a sur halló
que un grado tiene ochenta millas, con poca diferencia, cada una de mil pasos
geométricos; de suerte que cada grado tiene quince leguas alemanas de cuatro
millas, veinte francesas de a tres y diez i siete i media españolas” [23].
¡Con ese
lenguaje ya más preciso, que reemplazaba al de los “navegantes de estima”, se
escribieron aquellas cartas geográficas!;
no eran ajenas en las mismas las determinaciones emergentes del tiempo
caminado, o andado a caballo o en mula, que tenían establecidos sus promedios.
Eso ha
determinado que la frondosa documentación producida en más de dos siglos, con
gran esfuerzo y despliegue artístico de guardas barrocas y ornamentación varia
que corona estelas con escenas casi familiares, representando indígenas
departiendo con sacerdotes, animales, plantas y sembradíos, incluyendo hombres
con cola, se conviertan en la actualidad más que en piezas cartográficas, por
el necesario escorzamiento resultante – ese “encogimiento este oeste” para
tornarlo claro – en destacadas piezas artísticas. Así, la Tabla Geográfica
del Reino de Chile de Alfonse D´Ovalle – considerado el primer historiador de
Chile – emitida en 1846 en dos versiones, una castellana y otra italiana, nos
muestra una vista aérea de la parte sur del país rodeada de un calmo mar,
recorrido por grandes navíos y monstruos marinos muy a la usanza de la época.
Ello sin
desconocer además los cambios que se fueron produciendo en la documentación
citada, con las transcripciones de que fueran objeto y las traducciones de sus
textos que las iluminaron con ojos más modernos, tratando de disimular sus
equívocos; llegando inclusive a quitar ilustraciones, como sucedió con la Tabla Geographica
del Reyno de Chile de Diego Rosales en sus varias ediciones, o modificar
groseramente vocablos, en particular topónimos, como pasó con el libro y mapa
de Lozano “Descripción Chorográfica del Gran Chaco Gualamba”, que cuidó de
publicar Antonio Machoni en Córdoba durante 1733 y sus posteriores reediciones,
en particular la del mapa de Biedma efectuada en Buenos Aires en 1910, grabado
en Londres con notables alteraciones.[24]
Mapa regional-Alfonso Dànville – Geog. del Rey – 1733
Un hecho
concreto claro de tales indeterminaciones resultantes, pese a contar los
jesuitas con medios adecuados a la época, lo constituye el mapa trazado de
Campo del Cielo para fijar la posición del famoso meteorito “Mesón de Fierro”,
elaborado en base a las posiciones establecidas por cartógrafos de campo,
imposible de restituir en la actualidad por tales errores, al punto que el
bloque de más de cuarenta toneladas de hierro-níquel meteórico, visitado,
analizado y dimensionado en varias oportunidades; descrito como una “inmensa
mesa de fierro” que sobresalía en la llanura,
no fue posible encontrar desde 1783, fecha del último avistamiento
registrado por el capitán de marina Rubén de Celis, en el Gran Chaco
santiagueño[25]. Lo cual permite inferir que esa limitación era propia de la
incapacidad técnica humana contemporánea y no limitación particular de los
hombres de la compañía. (Ver “El Mesón de Fierro”).
Siesta – detalle de un dibujo de Paucke
Esta visión
panorámica de una acción – y fundamentalmente actitud – de avanzada para el
período bajo examen, muestra claramente las limitaciones extremas con que se
trabajaba entonces, la resistencia de los estamentos oficiales para la
actividad no convencional y el denodado tesón puesto de manifiesto por aquellos
esforzados jesuitas y sus discípulos para avanzar en el conocimiento. La
experiencia recogida muestra claramente que cuando se quiere, se puede, aunque
deba llegarse a los extremos de verse obligado a tallar objetivos de telescopio
con cuarzo nativo, como tuvo que hacerlo el citado Buenaventura Suárez, para
poder hacer astronomía; u otra disciplina, ajena al ámbito del campo explorado
por los autores, no considerada en este trabajo, como Manuel Gervasio Gil,
precursor de Secchi en Italia; Martín José de Aguirre, discípulo de los
jesuitas, científico investigador en su quinta de la Recoleta, etc, etc.
No se agota el
tema, muy por el contrario. Solo se pretende brindar en un panorama muy
general, las puntas de algunos hilos que han de conducir sin dudas, a un núcleo
ovillar lleno de ricas sorpresas, respecto de una actividad en general ignorada
por el común, que es necesario rescatar en aras de la justicia y en favor de la
memoria de los olvidados de siempre. Esos humanos anónimos que con su sudor y
lágrimas, abonaron el difícil terreno del pensamiento progresista, a veces
voluntariamente, otras, ignorando las consecuencias de su quehacer.
Nadie puede
desconocer que la adscripción personal a cualquier empresa, se hace
voluntariamente, por la fuerza, por convicción, por conveniencia o por mero
aburrimiento. Pero el fruto del esfuerzo realizado queda y trasciende a los
actores del mismo. En nosotros está aprovechar esa experiencia para
proyectarnos, no hacia el pasado, sino hacia el futuro promisorio de esta
humanidad que enfrenta con esperanza esta era del espacio. ¡Pobres los pueblos
que tienen el pasado como objetivo!
Universo de Kepler, 1596
Había en la
época un limitante común, el conocimiento que se tenía de la naturaleza, en
particular de los fenómenos astronómicos, del cual tendremos cabal conciencia
para evitar crasos errores de juicio al analizar la astronomía de entonces.
Vienen a cuento con relación a ello, las expresiones del citado Dobrizhoffer
sobre una experiencia propia, que constituyen un expresivo cierre para esta
sucinta memoria de la época:
“Viviendo en el
campo, en nuestras posesiones cordobesas de Santa Catalina, observamos atónitos
un meteoro de fuego que llevaba una especie de antorcha muy grande y cruzando
el cielo se precipitaba en el horizonte opuesto. Unos españoles recién llegados
anunciaron que aquella luz habría sido visible en toda la provincia y la
consideraron portentosa, otros enseñados por una filosofía más sana, vimos con
serena mirada aquel súbito esplendor o fuego festivo, que sin embargo por su
misma naturaleza era triste, porque fue causa o indicio seguro del principio de
un catarro mortal, que propagándose por todo el Tucumán, había de consumir durante dos años gran
cantidad de españoles y de negros. En una palabra: en el mismo tiempo que se
vio esa exhalación ígnea comenzó esa enfermedad epidémica.”
[1] Chacón;
Jacinto – La Quinta
Normal –Santiago de Chile – Imprenta Nacional – 1886
[2] Paolantonio
S. y Minniti E. – Uranometría 2001 – Historia del Observatorio Nacional
Argentino – SECYT – OAC – UNC – Córdoba 2001.
[3] Edgardo R.
Minniti – Colonia California en el Pájaro Blanco – III Congreso de la Historia de los Pueblos –
Archivo Histórico -Santa Fe – 1998. – “Cabalgando en la Memoria” – Eta Carinae –
Córdoba – 2007.
[4] Magnus
Morner – Actividades Políticas y Económicas de los Jesuitas en el Ríos de la Plata – Hyspamerica – Buenos Aires – 1982
[5] Nanzi
Vallejo – Una mirada a la primera cartografía del Río de la Plata – Cultura y Ciencia –
Diario El Litoral – 27 – 08 – 1994
[6] Guillermo
Furlong Cardiff – Cartografía Jesuítica del Río de la Plata – Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y
Letras – Buenos Aires – 1936.
[7] Ib.
[8] Ib.
[9] Ib.
[10] El Litoral
– Santa Fe 400 – Santa Fe – 15 de
Noviembre de 1973.
[11] Ib. 6
[12] Ib. 6
[13] Ib. 6
[14] Ib. 6
[15] En 1789
pasó por Montevideo con sus corbetas Descubierta y Atrevida, para realizar
estudios oceanográficos, climáticos, botánicos y zoológicos, al que se unió en
Santiago de Chile, Tadeo Haenke, médico
y naturalista bohemio.
[16] Ib. 6
[17] Minniti,
Edgardo R. – Cabalgando en la
Memoria – Córdoba – 2007.
[18] Guillermo
Furlong Cardiff – Una Estimación del Desarrollo de las Ciencias Matemáticas,
Físicas y Naturales en el Río de la
Plata, entre 1536 y 1810 – Boletín de la Academia Nacional
de Ciencias – Tomo XLVIII – Córdoba – 1970
[19] Obra
editada en Santiago de Chile en 1879
[20] Cervera;
Manuel M – Historia de la
Ciudad y Provincia de Santa Fe – Santa Fe – 1907
[21] Ib.
[22] Minniti E.
y Paolantonio S. – Infinito – Maravillas del cielo austral – II Congreso
Internacional y III Nacional de Educación – Colegio Carbó ediciones – Córdoba –
2002
[23] Nicoli;
Victor F. - La Legua Geográfico-Marítima
Española en los Siglos XVI y XVII – 1er.Cong. Nac. de Cartografía – Santa Fe
1953.
[24] Ib. 6
[25] Álvarez,
Antenor – El Meteorito del Chaco – Peuser – Buenos Aires – 1926
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Minniti E. R. 2009 La
Astronomía colonial y su contexto, tomado de
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