*** El culto a la imagen
esquelética, como se practica hoy, surgió mediados del siglo XX, pero tiene sus
antecedentes en el periodo virreinal, de acuerdo con la antropóloga Katia
Perdigón
*** Los jueves de noviembre,
la especialista impartirá en el Museo Nacional del Virreinato el curso:
Historia, concepto, alegoría y religiosidad popular en torno a la muerte
Aunque el culto
a la Santa Muerte
tal como se conoce hoy en día, con el tipo de rezos y concepto, no va más allá
de mediados del siglo XX, la veneración a la imagen esquelética tiene sus
antecedentes en la época colonial, señaló la antropóloga Katia Perdigón
Castañeda, quien analizará estos temas en el Museo Nacional del Virreinato,
durante un curso que se impartirá los jueves de noviembre.
La investigadora
del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta), refirió que
la muerte representa para muchos una palabra tabú y su sola mención produce
silencio, admiración y miedo, por ello la necesidad de romper prejuicios
mediante el conocimiento de su historia, concepto, alegoría y religiosidad
popular, aspectos a tratar en dicha actividad académica.
Si bien algunas
ideas prehispánicas en torno a la muerte sobrevivieron a través de las crónicas
de los españoles, entre ellas por fray Bernardino de Sahagún en su Historia de
las cosas de Nueva España, éstas —opinó Perdigón Castañeda— fueron matizadas
por la propia cultura de los conquistadores; asimismo, los vestigios
arqueológicos no son del todo suficientes para tener un parámetro real de lo
que se opinaba al respecto en la antigua Mesoamérica.
De acuerdo con
la doctora en Antropología Social, pionera en estudios sobre la Santa Muerte, este
ícono proviene de las danzas macabras y algunos diseños grecolatinos, de ahí la
presencia de la guadaña, el manto y la balanza, por mencionar algunos
elementos.
Durante la Colonia, el trabajo
evangelizador se enfocó en preparar a devotos y conversos para recibir una
“buena muerte”. Este concepto, junto con el del fallecimiento como castigo por
el pecado de Adán y Eva, y el del Juicio Final, dio pie a una rica iconografía
plasmada en el arte virreinal.
Por ejemplo,
refirió Katia Perdigón, en esa época grandes esculturas con la imagen
esquelética salían en procesión el Viernes Santo. De éstas, se conservan al
menos tres en el país que son veneradas hasta el día de hoy: la Santa Muerte de
Yanhuitlán, que es visitada en el ex convento dominico de esa localidad
oaxaqueña; y las conocidas como San Bernardo y San Pascual Bailón, en
Tepatepec, Hidalgo, y Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, respectivamente.
Para la
especialista del INAH, es probable que los adoctrinados abstrajeran en estos
elementos escultóricos los conceptos cristianos acerca de la “buena muerte”, de
modo que los convirtieron en motivo de culto.
“En la época
colonial, la Iglesia
católica vio como una herejía esta veneración hacia la imagen esquelética de la
muerte. De acuerdo con documentos inquisitoriales de los siglos XVII y XVIII
que pude consultar, las represalias no iban dirigidas a la gente involucrada,
sino a la acción en sí, incluso en 1797 se arrasó una capilla en el pueblo de
San Luis de la Paz,
donde se ejercía este culto”, abundó Perdigón Castañeda.
Ya en el siglo
XIX, luego de la desamortización de los bienes de la Iglesia, que conllevó
también la secularización de los panteones, apuntó la restauradora de la Coordinación Nacional
de Conservación del Patrimonio Cultural del INAH, los feligreses dejaron de
comprender en buena parte el sentido católico de prepararse para el “bien
morir”, y por ende de la imagen de la muerte.
“Así surgió una
iconografía totalmente distinta, por ejemplo, las danzas macabras y la
representación del Triunfo de la
Muerte se convirtieron en otra cosa, de tal manera que son
retomadas para realizar la burla política, esto lo comenzó el caricaturista
Gabriel Vicente Gahona (‘Picheta’) en el sureste, y años más tarde lo hizo José
Guadalupe Posada, con la imagen de La Catrina”.
Salvo la imagen
del esqueleto en sí, Perdigón Castañeda advirtió que la actual religiosidad
popular en torno a la
Santa Muerte, con sus características propias (un bricolaje
de ideas, sincretismos y símbolos retomados lo mismo de la religión católica,
la yoruba u otras), poco o nada tiene que ver con esa devoción virreinal.
“No sabemos
quién lo impulsó, pero es posible que entre 1950 y 1960 circularan las primeras
estampas con esta imagen y un rezo específico en el reverso, para ese periodo
quienes le oraban eran sobre todo personas que estaban en peligro de muerte,
fuera por su estilo de vida o tipo de trabajo.
“Lo mismo
—continuó la antropóloga— se acercan a ella (la Santa Muerte) amas de
casa, que médicos o policías; sin embargo a finales de los años noventa, el
amarillismo ha ligado su culto a grupos fuera de la ley o personas que viven o
ejercen en las calles, tras difundirse que el secuestrador Daniel Arizmendi,
alias “El Mochaorejas”, capturado en esa década, era devoto de la imagen”.
Katia Perdigón
concluyó que esta devoción surgida en la región centro del país ha cruzado las
fronteras sur y norte, e incluso el Océano Atlántico, pues en Europa su
iconografía es retomada como un elemento kitsch, de manera que es imposible
pronosticar su duración pues se ha reactualizado y reestructurado, de acuerdo
con las necesidades del momento y los gustos de quienes profesan este tipo de
creencias.