A LO LARGO DEL CAMINO DE
LOS ESPÍRITUS DE LA MONTAÑA DE COREA
NUEVA YORK – La
cuchara-tenedor de titanio fue un regalo de Navidad de mi hermano Gregory, una
opción que pareció fortuita en ese momento. Yo no tenía uso para un cubierto de
doble uso de peso ultraligero. Pero nueve meses después, a casi 11,265 kilómetros
de mi casa en la Ciudad
de Nueva York y casi catatónica por el cansancio, me sentí agradecida por su
falta de peso. Gregory; mi esposo, Joe; y yo habíamos estado caminando por 12
horas mientras cargábamos una mochila de 14 kilos por una empinada y resbalosa
roca en medio de una densa niebla. Después de que cayó la noche, mientras
nuestras lámparas perdían intensidad, detectamos puntos de luz debajo de
nosotros en la oscuridad y escuchamos el espeluznante ulular de un generador de
viento. Bajamos a trompicones hasta el refugio Satgat-jae, una cabaña básica
para excursionistas ubicada por encima de los 1,280 metros en el
Parque Nacional Deogyusan de Corea del Sur. Desempaqué mi cuchara-tenedor.
Fue Gregory, que
ahora vive en Corea del Sur y se entusiasma con el celo del recién expatriado,
quien había sugerido que recorriéramos una parte del sendero Baekdu-Daegan.
Éste es un sistema montañés que corre a todo lo largo de las dos Coreas, unos 1,400 kilómetros.
En los mapas, parece como la columna vertebral topográfica de la Península de Corea, pero
pronto me di cuenta de que también era la sico-espiritual. La idea se me
ocurrió primero cuando Gregory nos dijo que su novia coreana urbanita dijo que
la comprendería mejor si él recorría el Baekdu-Daegan. Y cuando Joe y yo
pagamos en nuestro ultramoderno hotel en el centro de Seúl, la recepcionista
aplaudió cuando le dije que estábamos a punto de hacer.
Corea del Sur
quizá esté entre los países más conectados y más densamente poblados del mundo,
pero su primera religión hace muchos siglos – antes de la llegada del
cristianismo, el confucianismo y el budismo – se basaba en la adoración de los
espíritus de la montaña. La versión coreana del feng shui, conocido como
pungsu-jiri, sostiene que la energía de la nación fluye hacia el sur a lo largo
de la cordillera Baekdu-Daegan y hacia afuera a lo largo de sus ramales. Para
el momento en que iniciamos nuestro viaje, yo había desarrollado la teoría de
que las montañas son para los coreanos lo que el Viejo Oeste es para los
estadounidenses: Aun cuando un neoyorquino, digamos, nunca haya puesto un pie
en un rancho, le gusta pensar que tiene un poco de vaquero en el alma. Es parte
del inconsciente colectivo.
Desde los años
80, conforme la libertad y la riqueza se han extendido en Corea del Sur,
también lo ha hecho la popularidad del montañismo. Conforme ha sucedido, la
parte sudcoreana del Baekdu-Daegan se ha vuelto transitable a lo alrgo de casi
toda su cordillera de 735
kilómetros, con senderos creados y mantenidos por el
Servicio Forestal de Corea, parte del Ministerio de Agricultura y Silvicultura.
Los guerreros de fin de semana lo enfrentan por tramos, y los más resistentes
intentan todo el tramo como una excursión épica de dos meses.
En la primavera,
Gregoru me había enviado por correo electrónico la única guía en inglés del
sendero. La cuchara-tenedor había sido una insinuación sutil, pero tomé la guía
como una invitación directa y empece a hacer planes para un viaje en
septiembre. Mi hermano había vivido en Corea del Sur durante varios años pero,
siempre demasiado ocupada o alejada en mis propios viajes por el mundo, nunca
lo había visitado. Ahora él estaba regresando ahí a los 37 años, enamorado de
Corea, el idioma coreano y una mujer coreana. Quería comprender mejor su
decisión, la cual parecía ser una apuesta audaz a su felicidad personal o una
alocada. Y yo quería conocer el lugar que podría ser su hogar permanente.
Gregory es más
joven que yo, pero se convirtió en nuestro líder, particularmente después de
que dejamos la capital y entramos en el campo, donde no vimos a ningún otro
extranjero y no escuchamos virtualmente nada de inglés, así que dependíamos de
su habilidad con el coreano.
Mientras
empezábamos cojeando nuestra segunda mañana, decidimos reconsiderar nuestro
itinerario. En vez de apegarnos religiosamente al sendero durante seis días,
tomaríamos y retomaríamos nuestro camino, deteniéndonos en aldeas y templos a
lo largo del trayecto. Las cosas mejoraron de inmediato. Por un lado, salió el
sol. Por otro, íbamos colina abajo. Pronto estábamos siguiendo una corriente,
interrumpida por cascadas y estanques a través de un bosque de hoja caduca de
maples, avellanos y abedules. Nos detuvimos a conversar con un par de
excursionistas coreanos que iban camino arriba. Escuché a Gregory explicar
nuestra presencia tantas veces en el curso de este viaje que empecé a entender
las palabras para hermana y cuñado.
“La gente te ve
diferente cuando viajas con la familia”, me dijo después de otro encuentro con
excursionistas. “No eres un soltero sospechoso”.
Dos noches
después encontramos nuestro camino hacia otro refugio del parque, éste apenas
debajo del Hyangkeok-bong de 1,610 metros. Al atardecer trepamos al pico y
tuvimos la vista de 360 grados para nosotros solos. Al este y al oeste, las
cordilleras montañesas en tonalidades grises, azules y negras, cada una
recortada contra la siguiente, se extendían como las olas en un océano.
Después del
anochecer, en una mesa de picnic afuera de nuestro refugio, encontramos a los
dos excursionistas mejor equipados que yo haya conocido. Kwang Sub Shin y Jin
Koo Suk, que trabajan para un banco en Seúl, recorren secciones del
Baekdu-Daegan los fines de semana. Cada uno tenía una lámpara atada a la
frente. Brotaba música de un teléfono, que estaba conectado a una batería
solar. Había botellas de vino de arroz helado dispersas alrededor de la mesa.
Suk cortó trozos de una papa dulce y las añadió a una burbujeante olla de caldo
de pescado. De una segunda estufa de campamento sirvió pato asado caliente.
Hicieron que nos avergonzáramos del arroz instantáneo y el curry con que
habíamos subsistido.
Afortunadamente
teníamos dos artículos que añadir al festín. Ambos habían sido polémicos cuando
nos pusimos en camino (entre menos peso mejor): duraznos enlatados y cajas de
soju, la bebida nacional. La temperatura descendió conforme caía la noche, pero
el vapor y los aromas de la mersa nos mantuvieron calientes. Con Gregory como
traductor, les pregunté a nuestros nuevos amigos si pensaban que mi metáfora
del vaquero tenía sentido. ¿Los coreanos tienen un poco de montañeses en su
alma? Sin me miró desde debajo de su lámpara en la frente y respondió con un
sencillo pero enfático “sí”.
Después de
recorrer otro tramo del Baekdu-Daegan, descendimos pronunciadamente del parque
nacional y tomamos un autobús a través de campos de ajo, pimientos, calabacines
y gingseng. Teníamos una escala más que hacer antes de terminar nuestra
peregrinación, en Haeinsa, un templo budista ubicado en las faldas del Monte
Gaya. En la soleada tarde dominical en que llegamos, multitudes de urbanitas
estaban dando la corta caminata entre el estacionamiento y el templo con todo
el atuendo – camisetas elásticas, botas de excursión y súper pantalones negros
– como si su equipo fuera un tipo de vestimenta religiosa moderna.
Ciertos templos,
incluido Haeinsa, permiten a los visitantes pasar la noche, pero se tienen que
seguir sus reglas. Gregory y Joe fueron enviados a compartir una habitación
espartana, mientras que a mí me dieron una propia. Comimos en silencio en el
comedor de los monjes. Justo antes de la puesta del sol nos reunimos en el
patio central, donde, de pie bajo los aleros tallados y pintados de un
pabellón, un joven monje de túnicas gris y roja golpeaba un tambor más alto que
él, mientras el sonido profundo se hacía eco en las montañas. Los budas
brillaban como soles. Nos quitamos los zapatos y nos sentamos al lado de una
enorme ventana abierta a la noche. Los cánticos se elevaban y descendían a
nuestro alrededor.
Yo no entendí
las palabras. Pero comprendí un poco más por qué Gregory quería estar ahí. Él
había aprendido lo suficiente para saber que podía pasar mucho tiempo
aprendiendo más.